Parecía más pequeño de lo habitual, con la cabeza mirando hacia el suelo, dando grandes zancadas y acompañado por su preparador físico. Webber salía de Yeongam con la noche acompañando su paseo por el paddock. Mientras, en Ferrari, con las luces encendidas, Alonso abrazaba a Bepe, que se disculpaba ante el asturiano. El jefe de los mecánicos que se ocupan del coche del español, una de las personas más queridas del equipo, de escasa estatura y corazón enorme, enfundado en un traje rojo y blanco con bandas amarillas fluorescentes recibió la eterna sonrisa del asturiano.
Había luz y verdad en el sonido de esa risa. Alonso, el del gesto sombrío, el que no muestra sus sentimientos, el que, como todos, cuando logra lo que quiere abraza y quiere y sonríe. Y ayer abrazó y sonrío mucho. Porque estaba dentro de una historia construida con momentos inolvidables. Victoria, quinta del año, tercera en cuatro carreras, líder del Mundial y sólo dos desafíos por delante.
Blanco sobre negro la cosa va bien, pero esto es F-1, un deporte en el que en cada instante la vida cambia. Una vez a unos, otra a otros. Dedos cruzados. Webber y Alonso. Yin y yang coreano. Sueño en el aire, objetivo cumplido. Ayer, en este lugar al sur del sur de Corea, los dos Red Bull fueron conscientes de la veracidad de esta máxima. En la parrilla, ese sitio imaginario sin sentido en el momento de la bandera de cuadros, Vettel salía primero y Webber, segundo. Tenían el mejor coche y eran los grandes favoritos para la carrera y el título. Casi tres horas después, todo había cambiado.
'Safety Car'.
El cielo recogía los restos desperdigados de un tifón filipino y el coche de seguridad vivía su momento de gloria con Maylander rodando y rodando como en un tiovivo sin control. Tras la primera salida, carrera cancelada, después de la segunda, también con el Safety, Sebastian comenzó a irse al ritmo que corren en el infierno. Y Webber tras él. Hasta que el australiano cometió un error. Hizo un trompo, Alonso le esquivó con ayuda de las alturas, pero Rosberg chocó contra él. Primer abandono. Y Mark, sonrisa tímida por la suerte del que sobrevive.
La carrera que sigue, cambio de neumáticos, Alonso se acerca a Vettel y por detrás Hamilton exprime su McLaren encolerizado tras haber sido adelantado por Rosberg. Lucha de vueltas rápidas, motores con las revoluciones volando hacía arriba. El español pasa a Nico, aplausos de la prensa internacional, pero después aparece el motivo como un fantasma inesperado: el propulsor Renault de Sebastian cae destrozado por el esfuerzo. Segundo abandono.
Alonso, revolucionario de arma roja, que es líder de todo, hasta de la confianza, recuerdo de Spa ("sí, aún puedo ganar el título") y de la suerte del campeón. Once puntos de ventaja, dos mundos por delante en Brasil y Abu Dhabi. Cinco victorias, primer año con el coche soñado que no es el que fue, pero cumple como un legionario romano invadiendo países, alegrando gentes de ojos rasgados y entusiasmo sin final. Victoria que alivia el vacío en el alma de un mecánico que se dejó una tuerca y siete segundos en el aire. En un cambio de ruedas enemigo del que fue en Monza. Hamilton delante. Una curva después. Hamilton detrás. Ahí comenzó la victoria. Y la alegría de Bepe, siete años en la Scuderia, ante un muchacho español que sigue ampliando su sonrisa. Repartiendo abrazos.
Alonso podría ser campeón ya en Brasil
El Mundial 2010 aún no tiene dueño, pero sólo hay un piloto con opciones reales de ser campeón en Brasil: Alonso. El asturiano llegará a la pista donde ha ganado sus dos títulos con múltiples combinaciones para lograrlo, pero los casos más probables son:
1. Alonso gana y Webber acaba quinto o peor.
2. Alonso es 2º, Vettel es 3º, Hamilton es 4º y Webber, 8º o peor.
3. Alonso es 3º, Vettel es 4º, Hamilton es 5º y Webber es 10º o peor.
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